Adam Smith, filósofo escocés
de la Ilustración y fundador de la ciencia económica moderna, describió el sistema
mercantil desde su punto de vista Para él era un sistema perverso ya que interfería en la “libertad natural” de los
individuos y daba lugar a lo que los modernos economistas llaman mala
distribución de recursos.
Se pueden encontrar en libros
de texto definiciones del mercantilismo tales como las “teorías” o el “sistema” característicos de la Europa moderna, pero en
vista de la generalización de estos conceptos erróneos, difícilmente puede
darse importancia al hecho de que el precioso y pequeño sistema del
mercantilismo no fuera más que la necesidad de obtener ingresos por parte de
gobiernos con presiones financieras, para crear una “balanza comercial
favorable” para el conjunto de la nación.
En el siglo XVI se origino una
forma de política economía, conocida como “bullonismo”; el intento de acumular
dentro de un país tanto oro y plata como fuera posible y prohibir expresamente
su exportación, bajo pena de muerte. Dado que pocos países europeos poseían
minas que produjeran oro y plata, el objetivo primordial de las exploraciones y
colonizaciones fue la adquisición de colonias que las poseyeran. Las posesiones
coloniales eran consideradas como un elemento de riqueza y poder nacional.
Según señalo Adam Smith, los
mercaderes se permitieron influir en los consejos de Estado, y fueron ellos los
que concibieron el razonamiento de una balanza comercial favorable. De una
forma ideal, de acuerdo con esta teoría, un país solo debía vender y no comprar
nada de fuera de sus fronteras. A causa de las malas cosechas y las periódicas
épocas de escasez, los gobiernos buscaban abundante abastecimiento de grano y
otros alimentos en el interior, prohibiendo generalmente su exportación. Al mismo
tiempo, fomentaban los productos manufacturados no solo para tener algo que
vender en el extranjero, sino también para aumentar su autosuficiencia
ampliando la gama de su propia producción.
La posesión de una gran marina
mercante se valoraba porque obtenía dinero de los extranjeros a cambio de los
servicios navales y fomentaba las exportaciones nacionales proporcionando, al
menos en teoría, un transporte barato. La mayoría de las naciones tenía “leyes
de navegación” que procuraban restringir el transporte de importaciones y
exportaciones a los barcos propios.
Cada nación tenía una política
económica particular derivada de las peculiaridades de las tradiciones locales
y nacionales, las circunstancias geográficas y, lo que es más importante, el
carácter del propio Estado.
En el siglo XVI, España era la
envidia de las coronas de Europa ya que su rey Carlos I no solo heredo el reino
de España, sino también los dominios de Habsburgo en Europa Central, los Países
Bajos y el Franco Condado, además de Cerdeña, Sicilia, parte de Italia y el
Nuevo Mundo.
También poseía algunas
industrias importantes, como las del paño y el hierro. Las posesiones de Carlos
I en Europa eran las más avanzadas en agricultura, tenían las industrias más
adelantadas e importantes yacimientos de minerales, además del oro y la plata
del Nuevo Mundo.
A pesar de estas
circunstancias favorables, la economía española no logró progresar. Los
ingresos totales raramente igualaban los enormes gastos del gobierno, agotados
en financiar sus guerras. El favoritismo en beneficio de la Mesta perjudico a
la agricultura. La expansión de la demanda nacional y, en especial, la de las
colonias en América, elevo tanto los costes como los precios, y la oferta no
podía satisfacer a la creciente demanda. Esta situación se agravo cuando los
Reyes Católicos decretaron la expulsión de los judíos y musulmanes, llevándose
consigo su riqueza y su talento, e impusieron una política de monopolio y
control estricto hacia su imperio americano, que no fue para nada favorable.
Todo ello sumado al aumento de
incidencia del hambre y la peste, y a un bajo nivel de vida, ocasionó la
despoblación y declive de España.
Portugal un país pequeño y
relativamente pobre, consiguió hacerse con el dominio de un vasto imperio
marítimo, en Asia, África y América. Su economía era predominantemente de subsistencia.
A lo largo de la costa, las ocupaciones no agrícolas más importantes eran la
pesca y las salinas. El comercio exterior era de poca, aunque creciente,
importancia. Las exportaciones eran casi enteramente de productos primarios. Las
importaciones consistían en trigo y productos manufacturados, como paño y
objetos de metal.
Muchos se preguntaban como un
país tan pequeño y atrasado pudo adquirir el dominio de su inmenso imperio con
tanta rapidez, y es que muchos factores estuvieron implicados. Uno fue la buena
suerte: en la época en que Portugal hizo su irrupción en el Océano Indico, los
gobiernos de aquella zona estaban debilitados y divididos de forma poco usual
por razones independientes de los acontecimientos de Europa. Otro factor fue el
conocimiento y la experiencia que los portugueses habían acumulado en el diseño
de barcos, las técnicas de navegación y todas las ocupaciones con ellos relacionados.
Otro factor fue el valor y la rapacidad de los hombres que se aventuraron a
través de los mares en busca de riquezas.
Portugal nunca se aseguró un
control efectivo de las fuentes de suministro de especias. La corona portuguesa
monopolizaba el comercio con África, cuyas exportaciones más valiosas eran el
oro, los esclavos y el marfil. En el siglo XVIII, el descubrimiento de oro y
diamantes en Brasil intento monopolizar el comercio y prohibió la exportación
de oro de Portugal, pero sin éxito.
Los intentos de la corona de
establecer monopolios no se limitaban a los productos exóticos de India y
África, sino que se extendían a productos básicos nacionales, como la sal y el jabón
y, entre los más lucrativos, el tabaco de Brasil. Y lo que la corona no podía
monopolizar intentaba gravarlo. Esta tentativa fue notable con la principal exportación
de Brasil, el azúcar. El motivo tanto del monopolio como de los impuestos era,
desde luego, obtener ingresos para la corona.
Todo el centro de Europa,
desde el norte de Italia hasta el Báltico se encontraba nominalmente unido en
el Sacro Imperio Romano. En realidad, el territorio estaba organizado en
centenares de principados independientes o casi independientes, laicos y
eclesiásticos, que variaban en tamaño.
En Alemania, los partidarios
del nacionalismo económico propusieron una serie de principios o máximas que
casi merecen el nombre de sistema. En su preocupación por fortalecer su estado
territorial, los partidarios del nacionalismo abogaban por medidas que, además
de llenar las arcas del estado, redujeran su dependencia de otros estados y lo
hicieran más autosuficiente en tiempo de guerra: restringir el comercio
exterior, promover los productos manufacturados nacionales, colonizar terrenos baldíos,
dar empleo a los pobres desocupados, etc. Los estados alemanes eran en su
mayoría demasiado pequeños y carecían de los recursos necesarios para volverse verdaderamente
autosuficientes; no obstante, se dieron algunos casos de políticas que
consiguieron reforzar el poder y la autoridad de los gobernantes territoriales,
aunque a costa del bienestar de sus súbditos.
Prusia tuvo un gran éxito en
su política de centralización. El existo de su empeño fue la cuidadosa administración
de los propios recursos del Estado. Gracias a la centralización de su administración,
la exigencia de contabilidades estrictas por parte del cuerpo de funcionarios
profesionales que habían creado, el cobro puntual de los impuestos y la
austeridad en los gastos, instauraron un eficaz mecanismo estatal bastante
excepcional para la Europa de su tiempo. Su único derroche digno de mención era
el ejército.
El reverso del éxito de Prusia
estuvo en la desaparición del reino de Polonia. La nobleza polaca era bastante
numerosa, pero en su gran mayoría era también pobre y carecía por completo de
tierra. Durante los siglos XVI y XVII, Polonia exportó grandes cantidades de
grano al oeste, pero cuando la producción agrícola de occidente se incremento
en el siglo XVIII de la demanda de grano polaco decreció, y el país volvió a la
agricultura de subsistencia.
Rusia fue el estado más grande
y uno de los más poderosos de Europa. Durante los siglos XVI y XVII Rusia se
desarrollo política y económicamente en gran parte aislada de occidente. La
inmensa mayoría de población se dedicaba a la agricultura de subsistencia, en
la cual la institución de la servidumbre cobro mucha importancia incluso
aumento en severidad a lo largo de los siglos. Mientras tanto, a pesar de
numerosas revueltas, guerras civiles y golpes para ciegos, la autoridad del zar
fue haciéndose cada vez más fuerte.
Se concedió subvenciones y
privilegios a artesanos y empresarios occidentales para que se establecieses en
Rusia y llevasen allí a cabo sus ocupaciones y su comercio. Se construyo la
ciudad de San Petersburgo, esto le proporciono un puerto y dispuso la
construcción de una armada. Todas las políticas y las reformas estaban
motivadas por el deseo de extender su influencia y su territorio, y convertir a
Rusia en una gran potencia militar.
Durante los siglos XVI y XVII,
Suecia desempeño un papel de gran
potencia política y militar que resulta sorprendente considerando su pequeña
población. Su éxito resulto en parte de su abundancia de sus recursos
naturales, especialmente de hierro y cobre, ambos esenciales para la potencia
militar y en parte de la eficacia administrativa de su gobierno. Abolieron los
peajes y aranceles internos que en otros países obstacularizaban el comercio,
aseguraron los pesos y medidas, instituyeron un sistema tributario uniforme y
llevaron a cabo otras medidas que propiciaron el crecimiento del comercio y la
industria. En el siglo XVIII, tras el declive de su poder político, Suecia se
convirtió en el principal proveedor de hierro del mercado europeo.
Italia tuvo pocas
oportunidades de iniciar o llevar a cabo una política independiente. Sin
embargo, una excepción, la república de Venecia, que logro conservar tanto la
independencia política como una moderada prosperidad económica hasta que fue
invadida por los franceses. En el siglo XVI desarrollaron una importante
industria lanera que topo con una dura competencia. El gobierno intento evitar la
decadencia comercial e industrial, pero sin éxito.
En Francia, Colbert, su primer
ministro, intento sistematizar y racionalizar el control del aparato de Estado
sobre la economía que heredo de sus predecesores, pero nunca lo consiguió del
todo. La razón principal de este fracaso fue su incapacidad para extraer
suficientes ingresos de la economía con los que financiar las guerras del rey y
su extravagante corte, consecuencia en parte del sistema de impuestos francés,
que Colbert fue incapaz de reformar.
Tanto Colbert como sus
predecesores y sucesores intentaron incrementar la eficacia y la productividad
de la economía francesa. Promulgaron numerosas órdenes y decretos con respecto
a las características técnicas de los artículos manufacturados y la conducta de
los mercaderes. Fomentaron la multiplicación de gremios con el objetivo de
obtener más beneficios. Subvencionaron las reales fábricas para proveer a los
señores de la realeza de artículos de lujo y también para establecer nuevas
industrias. Por último, para asegurar una balanza de pagos favorable, crearon
un sistema de prohibiciones y altos aranceles proteccionistas. Todo ello fue
inútil, ya que a la muerte de Colbert, Francia se sumergió en una profunda
crisis económica.
La política económica
holandesa difiere de forma significativa de las demás naciones, por dos razones
principales: la estructura del gobierno era muy diferente y la economía
holandesa dependía del comercio internacional en mucho mayor grado que
cualquiera de las demás.
Los holandeses establecieron
su dominio mercantil a comienzos del siglo XVII y este fue creciendo hasta
mediados del siglo. La base de su superioridad comercial se encontraba en los
llamados “negocios-madre”, que eran aquellos que conectaban los puertos
holandeses con otros del mar del Norte, el Báltico, el golfo de Vizcaya y el
Mediterráneo. Se especializaron en trasportar mercancías de otros, además de
productos propios. La agricultura holandesa era la más productiva de Europa y
se especializo en productos de alto precio.
Holanda se caracterizo por su
objetivo de libertad, especialmente la libertad de los mares. Los Países Bajos
se opusieron a las pretensiones de España de controlar el Atlántico occidental
y el Pacifico, a las de Portugal de hacer lo mismo con el océano Indico, y a
las de Gran Bretaña en sus mares británicos.
En el comercio, en general,
las ciudades holandesas siguieron la política de libre comercio. No había
aranceles que gravaran las exportaciones o las importaciones de materias
primas. Los aranceles e impuestos de los artículos de consumo estaban
destinados a obtener ingresos. La libertad también era la regla de la
industria.
El comercio de metales
preciosos era totalmente libre. Ámsterdam, con su banco, su bolsa, y su
favorable balanza de pagos, se convirtió rápidamente en el emporio mundial de
oro y plata.
La política económica de
Inglaterra era muy distinta de la que se aplicaba en los Países Bajos y en las
monarquías absolutas continentales. Gran Bretaña sufrió una evolución gradual
que correspondía a la evolución del gobierno constitucional. Las demandas
fiscales de la Corona llevaron a repetidos conflictos con el Parlamento hasta
que este triunfo.
Su sistema financiero tuvo un
gran éxito: establecieron una deuda pública,
a creación del Banco de Inglaterra, una nueva acuñación de moneda nacional y el
surgimiento de un mercado organizado para valores tanto públicos como privados.
Hay que destacar la actuación del crédito para la financiación pública que
obtuvo fondos para la inversión en la agricultura, el comercio y la industria.
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